Y no amaneció.

Aquel día no amaneció.

Con cada golpe, cada caída, cada traición… su corazón se había vuelvo cada vez más oscuro, más frío.

Caminó durante años por una senda estrecha y llena de gélidas agujas de cristal. La sangre, pequeñas perlas de vida, iban derramándose por sus piernas, configurando un desgarrador rosario en el camino.

A cada paso, una perla.

Cada perla, un recuerdo.

Cada recuerdo, un trozo de vida.

Cada pedazo de aquella vida, un adiós.

Y aquel día ya no amaneció.

Se perdió en la misma sombra de lo que pudo haber sido y no fue.

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