Abrió el cuaderno por la primera página.
Una página en blanco. Durante unos segundos, permaneció inmóvil, observando aquel folio vacío. En otras ocasiones, ya habría dibujado algo. Un leve trazo, un minúsculo punto en cualquier lugar, pero permaneció imperturbable ante la inmensidad de aquel blanco impoluto que tenía sobre la mesa.
Y como últimamente sucedía, sus manos no se movieron ni un ápice, mientras su cabeza daba vueltas y vueltas intentando parir algún sentimiento de tantos como encerraba en su interior.
No ocurrió. Jamás ocurrió.