Svart

Las sombras eran poderosas, colosales, tomando formas imposibles para cualquier mente mortal. El caos avanzaba como un vendaval de destrucción, devorando las fuerzas del orden y la paz. Los dioses, aquellos seres nacidos de la primera chispa de la creación, observaban desde lo alto, incapaces de detener el torrente oscuro que amenazaba con consumirlo todo.

En una era antes del tiempo, cuando el universo era joven y la materia apenas soñaba con existir, se libró una guerra en un plano más allá de lo comprensible. Las estrellas aún no brillaban, y los rincones más oscuros del cosmos permanecían en un silencio primordial. Sin embargo, en ese vacío profundo, las fuerzas más antiguas ya tejían sus destinos. Allí, en ese limbo de lo eterno, se extendía una lucha sin final entre el caos y la luz.

En medio de aquella devastación surgió una figura solitaria, una guerrera envuelta en un resplandor tan brillante que incluso las sombras retrocedían a su paso. Su nombre era Svart, la portadora de la luz. Su armadura resplandecía como el amanecer que aún no existía, y en su mano llevaba una espada forjada en el mismo fuego del cosmos naciente.

Durante eones, Svart había permanecido vigilante, esperando el momento adecuado. Había visto cómo la oscuridad ganaba terreno, cómo las fuerzas del mal, invisibles pero imponentes, desafiaban la propia estructura del universo. Ahora, con la espada en alto, avanzaba hacia el centro de la tormenta, donde el mal más puro aguardaba.

El caos, en su forma más oscura, se materializó frente a ella, una entidad sin forma ni rostro, pero con una presencia tan abrumadora que hasta los dioses temblaron. Su risa, si es que podía llamarse así, resonó como el eco de mil mundos cayendo en ruina.

Pero Svart no vaciló. Con un grito que atravesó los planos, cargó hacia la oscuridad. Su espada, bañada en la luz primordial, se encontró con el vacío. La batalla que siguió fue más allá de cualquier comprensión. Los cielos inexistentes se rasgaron, y los mares invisibles se agitaron. Cada golpe de la espada de Svart era un destello de esperanza, y con cada corte, el caos retrocedía, fragmentándose, debilitándose.

Finalmente, tras un duelo que pareció durar más que el tiempo mismo, Svart clavó su espada en el corazón del mal. Un grito resonó por todo el cosmos, tan fuerte que hizo vibrar los cimientos de la realidad. El caos, la oscuridad que había amenazado con consumirlo todo, se desvaneció en un susurro, disipándose en la nada.

Svart, agotada pero victoriosa, se mantuvo en pie, mirando el vacío que ahora comenzaba a llenarse de luz. El universo, liberado de las garras del mal, comenzaba a tomar forma. Las estrellas finalmente despertarían, los mundos surgirían, y la vida florecería.

Así fue como Svart, la guerrera de la luz, derrotó al mal en los albores de la existencia, garantizando que el universo tuviera la oportunidad de existir, crecer y brillar en toda su gloria. Y aunque su hazaña quedaría olvidada en el transcurso del tiempo, su sacrificio sería el fundamento de todo lo que vendría después.

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