El relajante sonido del agua al correr entre los guijarros. El estruendo de la cascada. El sol bañando la delicada orilla que se había formado a lo largo del tiempo. Aquello me hizo sentir el último ser del planeta, el mas pequeño.
Infinidad de diminutos granos de arena se asentaban a cada pequeña onda. Mis rodillas se clavaron sobre la fresca y verde hierba. Respiré hondo, tratando de llenar mis pulmones de aquel aire puro, con olor a lavanda, a pino, a luz.
De pronto me vi sumergida en las transparentes aguas de aquel río. Mis ojos se abrieron. Jamás volví a salir de aquel lugar.
A veces, cuando pienso que aún hay vida en otros lugares, cierro los ojos y me sumerjo. Tal vez una vida, en otro lugar, me hubiese deparado cualquier otra cosa. No la quiero. Es lo único que me queda. La libertad que generan mis sueños. El lugar donde nunca nadie podrá acceder. Mi mundo.
Yo.